El valle de las muñecas, 1967

«El valle de las muñecas»  (Valley of the Dolls)

Mark Robson
USA 1967

v.o.s.

Se trata de una película bastante interesante, que no buena, por  toda una serie de circunstancias de fondo. Conviene aclarar que las muñecas/dolls son las pastillas. Píldoras para dormir, para adelgazar, para poderse levantar… que estuvieron muy de moda en aquella época, en la que se consumían también barbitúricos (a dosis altas eran mortales) que luego se cambiaron por las benzodiacepinas, sedantes igual de eficaces, pero no letales.
 
Primero está basada en un best seller de 1966 del mismo título de Jacqueline Susan del que se llegaron a vender 10 millones de ejemplares. Habla de las propias experiencias de la autora entre 1930 y 1950 y su adicción a las pastillas. También hay que recordar que por ejemplo todavía estaba muy presente la muerte de Marilyn Monroe en 1962 por consumo de barbitúricos.
 
Después se intentó que Judy Garland hiciera uno de los papeles, lo cual era casi malvado, porque la actriz tenía los mismos problemas de los que se hablaba en la película y murió a causa de ellos. El caso es que renunció o la echaron por problemas en el set y se llevó un traje de lentejuelas que usó hasta su muerte.
 
Finalmente quedó un reparto de tres personajes femeninos principales (sólo ellas se drogan ?) compuesto por Barbara Parkins, Patty Duke, Sharon Tate y Susan Hayward entre otros. Creo que Patty Duke empieza bien su interpretación, pero a medida que va avanzando va perdiendo el rumbo y lo acaba estropeando. La malograda Sharon Tate (asesinada y mujer embarazada de Roman Polanski) siempre es una presencia tierna.
 
La realización es interesante porque es muy de los sesenta, con algunos aciertos y curiosidades visuales y por otro lado, bastantes fallos. En definitiva, una curiosidad a revisar.

Más dura será la caída, 1956

«Más dura será la caída»  (The Harder They Fall)

Mark Robson
USA 1956

blanco y negro / v.o.s.

Mark Robson, director de origen canadiense afincado en Hollywood, con estudios de Ciencias Políticas y Economía y habiendo trabajado como montador y otros oficios antes de abordar la dirección. Era como estos antecedentes parecen indicar un profesional experimentado y concienciado de las realidades sociales.
En esta película vuelve a tocar el tema del boxeo, como ya hiciera en «El ídolo de barro» (Champion, 1949), en este caso lo hace para denunciar las mafias que controlan las peleas y a los boxeadores para lograr ganancias en las apuestas.
Eddie Willis=Humphrey Bogart es un respetado periodista deportivo ya mayor que se ha quedado sin empleo. Es tentado por Nick Benko=Rod Steiger un promotor de combates para encumbrar a un nuevo púgil llegado de Argentina. Toro Moreno=Mike Lane es un gigante ingenuo y simple que sólo tiene apariencia y que no sabe ni pegar, ni recibir. Willis tentado por una gran oferta de dinero se convierte en el agente de prensa y se diseña una campaña de combates amañados por todo el país para culminar en un gran combate final con el defensor del título mundial en el que se concentrarán todas las apuestas.
Willis se mueve entre la necesidad de ganar dinero en el final de su vida y los constantes compromisos morales a los que debe enfrentarse continuamente y cerrar los ojos para obtener su ganancia. Pero cuando parece que la infamia ya no tiene límites es cuando Willis se planta y dice ¡Basta! Entonces hace aquello que le pide su conciencia.
La película es un alegato en contra de las mafias que rodean el mundo del boxeo y los mánagers sin escrúpulos que explotan a púgiles generalmente ignorantes y fáciles de engañar. Aunque también podría verse como una crítica al propio mundo del boxeo cuya barbarie es evidente.
Humphrey Bogart interpreta el que sería su último papel, ya que moriría pocos meses después de cáncer de garganta. Su actuación dramática no trasluce su enfermedad y tiene intensidad, contención y matices. Podemos comprender los motivos del personaje en cada momento, tanto cuando es despreciable como cuando se conciencia y actúa.
Rod Steiger hace un papel vigoroso, pero no logra las cimas de «La ley del silencio» (1954). El conjunto es muy sólido. Hay un retrato acertadamente contrastado de diferentes clases de púgiles. Se mezclan escenas que parecen documentales, como cuando el autocar grotescamente decorado recorre las ciudades americanas. En definitiva, la película consigue plenamente sus objetivos de denuncia social.