«M, el vampiro de Düsseldorf» (M)
Fritz Lang
Alemania, 1931
Primera película sonora del director alemán. Resulta curioso cómo en estas primeras películas sonoras hay una gran preocupación por encontrar el espacio narrativo del sonido, de una manera que después se ha perdido por considerarlo normal. Señalaría como ejemplo a «La muchacha de Londres» (1929) o «Los Pajaros» (1963) ambas de Hitchcock.
En M oímos sonidos ambientales que refuerzan la acción y circunstancialmente una melodía silbada o instrumental de Edvard Grieg «Peer Gynt». Es un uso espectacular del sonido al servicio de la narración que por un lado aumenta la tensión y por otro nos transporta a los cuentos de ogros.
M trata de Hans, un asesino de niñas en los años veinte. Historia basada parcialmente en un caso real. El actor Peter Lorre en su primera gran interpetación nos ofrece un trabajo insuperable, base para toda una colección de psicópatas posteriores.
La película está dividida en tres partes: en la primera tenemos la presentación del escenario, el ambiente y el asesinato de Elsie. Esta primera parte destaca por su magistralidad general. Soberbia. La progresión de los hechos, la aparición del asesino, que no se vea el asesinato, el globo atrapado en los cables de alta tensión y que nos identifiquemos con la angustia de la madre a través de su voz resonando en espacios vacíos.
En la segunda parte, la ciudad se plantea cómo capturar al asesino. Por un lado la polícia, y en un contrapunto original, también los delincuentes que ven cómo les es imposible trabajar con tanta investigación callejera. Se monta un dispositivo de vigilancia a través de los mendigos que logra su objetivo. En la tercera parte asistimos al juicio por un tribunal popular, en el que se exponen los hechos y las alternativas. Hans se defiende en una interpretación magistral por parte de Lorre. La policía interviene y realiza su propio juicio que intuimos, no vemos. La película termina sorprendentemente y novedosamente sin final, sólo las madres angustiadas que han perdido a sus hijas.
Fritz Lang tuvo problemas con la censura porque ya entonces los nazis se identificaban con no sé qué: con el asesino o los perseguidores. Lang huyó de Alemania y se instaló en Estados Unidos. También lo hizo Peter Lorre que desarrolló en Hollywood una carrera de éxito basada en villanos pusilánimes con cierto tono de humor. Lorre volvió después de la guerra, pero regresó a América de nuevo, donde era muy respetado y había logrado hablar inglés sin acento. Peter Lorre fue un actor al que ya casi nunca veríamos en papeles de protagonista, pero cualquier película con él dentro mejora notablemente.
Es imposible ya rastrear la gran influencia que esta película causó en la historia del cine. La escena del tribunal popular aparece muy similar, por ejemplo, en «El delator» (1935) de John Ford. También me recuerda a «El tercer hombre» (1949) porque la presencia de Lorre y Welles es limitada pero importantísima y ambos componen a malvados que nos caen bien, así como el posible homenaje en el vendedor de globos.